Colectoras&Colectores

Colecciones de:

Claudia Casarino
Mónica González
Ricardo Milgiorisi
Osvaldo Salerno

Coleccionistas

Alrededor de 1930, tras su separación, Walter Benjamin se muda a un departamento en Berlín. Le acompañan sus más de tres mil libros, según sostienen estimaciones de quienes lo conocieron. Es en ese momento que el filósofo alemán escribe un breve ensayo en el que pensará por escrito la figura del coleccionista y el acto de coleccionar. Se trata de Desempacando mi biblioteca, publicado en la revista El mundo literario en 1931.

En este ensayo, Benjamin gira en torno a una inquietud: no le interesan tanto las colecciones sino más bien el acto de coleccionar. Esa pasión, dice él, tendría que ver con el recuerdo, con la memoria (Benjamin, 1999, p. 486). La memoria colecciona recuerdos (atesora algunos, descarta otros) que aparecen y desaparecen según los mecanismos que le son propios. Coleccionar sería, según él, un acto de memoria práctica (2018) en el que el mundo, en su caos absoluto e irregular, puede tender a cierto orden solo comprensible para quien es el sujeto de la acción: el coleccionista.

Así como alguien atesora un recuerdo, otro atesora objetos, cosas. El o la coleccionista —dice Benjamin— se relaciona con estas cosas, no es solo una relación de propiedad. Entre el objeto y la persona que lo ha elegido para que forme parte de su colección existe también una conexión que deja de lado la funcionalidad o el valor utilitario y se convierte en una especie de amor, de estudio, de obsesión. Estos objetos son observados, contemplados por los coleccionistas como si estuvieran rodeados de magia, como si esa mirada atravesara el tiempo y el lugar en el cual se encuentran juntos, y se instalara en el lugar y en el tiempo del propio objeto. En este sentido es que dice que el coleccionista es el que vive en esas cosas rescatadas de su destino para vivir entre otras asimismo rescatadas (Benjamin, 1999, p. 492).

Colectar, coleccionar quizá envuelva todo esto que Benjamin sentía de su propia obsesión con los libros.

¿Qué busca el coleccionista cuando obsesivamente recolecta objetos, cosas? La dispersión de los objetos encuentra en la colección un orden, más no sea momentáneo. Hay quienes, siguiendo esta idea, acumulan un tipo de objeto. Encuentran en ello ese orden que la vida ha roto a partir de la dispersión. Esta muestra, que se continúa en el Centro Cultural Citibank, reúne la colección de diferentes personas. Las reunidas aquí pertenecen a cuatro artistas.

Ricardo Migliorisi busca obsesivamente, y por un tiempo acotado, ciertos objetos y no otros —en este caso, fotografías en formato pequeño de actrices y actores de Hollywood de las décadas de los 40 y 50—. Busca el objeto que le falta, el fragmento que completará la colección, hasta que se ve satisfecho y el objeto de su afecto u obsesión cambiará.

De la misma forma, Osvaldo Salerno colecta infancia en esta composición que llamó La edad de la Razón. Objetos, fotografías, representaciones de la infancia u objetos relacionadas con ella. Compone, así, una suerte de Cámara de Maravillas[1] personal y metonímica que ora torna fetiche ora salva el tiempo perdido ora lo añora. Quizá con esta intervención, Salerno esté replicando la estrategia que utiliza en Pudridero, obra siempre en proceso en la que el artista encierra objetos orgánicos e inorgánicos, en una vitrina vertical en la que el tiempo deja su traza en la descomposición y el polvo.

Claudia Casarino ordena la dispersión pero no de una tipología; ordena de la dispersión de la belleza, una belleza formal y poética con la que se rodea. No hay archivo en la colección de Claudia, tampoco vitrina. Su casa toda es la burbuja en la que la colección avanza. Los objetos son tocados, son usados pero desde la caricia del tacto. Todo lo que Claudia colecta está dotado de un valor que está en los ojos de quien mira.

Mónica González acopia, sin embargo, aquello que no tiene valor. Colecciona tierra de diferentes lugares. En el acto de coleccionar de Mónica se esconde el recuerdo, la huella que se dejó en una tierra remota o cercana —la tierra de la casa en donde fue feliz, la tierra extraña o dotada de significación por la historia—, que pudo haber sido tomada por sus propias manos o por manos prestadas.

Si, como dijo Benjamin, el coleccionista es el fisonomista de las cosas y el fisonomista es un adivino del destino (2018): ¿qué secreto será el que estos coleccionistas buscan entre tanta cosa sacada de su devenir?

[1] Las Cámaras de Maravillas o el Gabinetes de Curiosidades eran cuartos que guardaban objetos que habían sido recolectados por exploradores. Fueron de gran proliferación en los siglos XVI y XVII. Se les considera el antecedente directo del museo.

Lia Colombino
Asunción, abril de 2018